18/2/20

GasPrepano

He de regalarte la "c" de la "c" y has de pensar hasta que se acabe el día. Malas palabras para guardarte y malas palabras acompañadas de tus tías. Te acompañas de tu madre a cada encuentro y no sabes aún cómo adelantártela, no logras otra composición. Hallas, en mi peso y mi escritorio los rastros de lo perdido. Te sirven y compones algo. Sirve y ríes de otro modo. Y ya no te quedan las cortinas, incluso tu equipo tiene más edad, han pasado de xxs a short. En menos de un año. Ahora piensas que te robo y te estafo y de la heroicidad pasas a ver el día en la imprudencia. Agotador. Burdo; traer esto y quemar las líneas es no tener planes y cansancio pues apenas estamos en la parte del martes.
Ya no es el inicio y rompo con intención. La frase trae el siniestro. Este uso es el que comprueba lo que deberá quedar fuera. Qué dejar y qué escoger. ¿Qué? El cuerpo tiene doce brazos. Es un sinrazón de giros, es un corretearle al aire. Abrazar la montaña, la colina está en la habitación, sobre la colina, bajo la palma, de revés. Mecánica del aire. Taller de invierno, inestabilidad climática de franjas; a las seis es lluvia, a las diez tomamos lista, a las doce sale el sol, árboles altos agotados, regresan, estamos tras tocar al sol. Deseo de ver las cosas y cambiarlas y sostengo en la mano uno de esos controles o mando a distancia. Deseo de ver las cosas y el mando en la mano y cada cierto tiempo y en ciertas o repetidas secuencias y un dedo hace flip, un dedo hace pip, pit, pip. 
Un mando. El loop en repetidas ocasiones. Al acercarme dejo que pueda estimarme y dejo justos uno o dos metros entre, y ha dado vuelta, se ha dirigido hacia el cristal. 
El puto cristal, el muy puto espejo y el muy espejo está cubierto o se ha vuelto una cartelera. En seguida somos cubiertos, desaparecidos; cada copia pegada o colgada con cinta y adhesivo nos evita y nos resta la mitad del rostro, la mitad del perfil. 
Aprovecho, insisto, ocurre, doy por continuado el estado y la llamada y la tarde se propone vivir durante cinco, menos, un par de segundos. No sé a qué se deben los posibles nombres que se me ocurren dar, es una caída, como si las balas las tirara con las manos. ¿Qué me propongo?

 -Qué espera para escribir?
 -Qué, no te has dado cuenta?
 -Sé que estás en todas partes, sé que estás dentro de cada giba, de cada largo y enredado sábado.
 -Debes corregirte. 

Quizá, pronto. Ya serás mi invertido. Mi humano.

Ese tiempo se ha vuelto un mismo ir y venir y tomamos del mismo vaso y la misma agüita; agüita recorre y recircula. Es un tiempo que trae malestar durante las noches. Solo estoy seguro de la intensidad de las imágenes, ese tiempo ha roto la sintaxis visual, apenas reconstruyo una sensación de sorpresa y ciertos tonos y espacios amplios.
El fin del sueño está marcado con grandes espacios, grandes escenarios, un hilo, un pulmón colgado de un hilo en mitad de un gran extenso horizontal espacio. Horizontal. Horizontal de costado, algo chueco, completado por lomas, es el final del estado en que uno sigue debajo de las mantas y el sueño que se caracteriza por sonidos, nombres, incluso por acciones propias del sentido del olfato, un dejo a meta. Nunca estoy tan seguro del sueno, me despierta la agitación de intentar alcanzar una meta.
Cada vez insisto y son solo metas.
Metas.
Ese tiempo está cubierto de propósito. No quiero tiempo obligado. Es el canje de la pérdida y el fracaso.
Más bien, y encuentro explicación en.., y otra cierta comodidad en mirar y describir. Juantito va a la escuela, qué escuela tan acertada! tiene motivos para no faltar. La dirección nace en las yemas de tres o cuatro extensiones. Oprimir, escoger, comprimir, describir, brincar, brincar, brincar, vestir una remera roja, vestir en rojo bordó y levantar la quijada para que la imagen dure otras dos décadas. No he completado un lustro.   
Santificado sea, olvido el resto, la intención es no volver, no repetir. Anticipado. Que lo último dure y de vuelta hasta ser el inicio. Justo, mirar la altura, los pies en ese borde.
Camino, brincar, es una falta grave y los dedos se atragantan, hay más de caída y de brazos que parecen arrancar las cortinas. De ese precipicio quedarán horas de meses, años de milenios, sostener con los brazos y haciendo esfuerzo ese terco peso.
Te piensas en un  atlas. Sabes que atlas toma gelatina con sorbete. Lo vi. Conduce. Tiene pésimo humor. Le encanta girar en el patio de la organización.
Es un patio, es un garage.

No es admiración y suprimo y evito caer en. 
Miro con tanta intensidad que el rumor interno es capaz de deprimir los ojos. Es capaz de provocar una fuga y de perder fuerza en la voz. La voz está en las habitaciones y debajo de cada mesa. 
Si tienes cinco mesas en una sola habitación hay cinco posibilidades de perder las fuerzas. Si entras en cada cubo y si te propones enumerar los objetos has luchado y has firmado una remota tragedia. Se ha identificado, firmas tu fundamento y voluntad. Escapar y desaparecer. 
Lograr en uno la desaparición del otro. Hacerlo o construirlo. Un agujero del horror. Un sistema solar de agujeros del horror. Una maqueta solar y el núcleo y planetas y no hay agujero de horror; un sistema de agujeros. El borde de ellos. Tragados o respirando aún fuera. Fuera, los pies pisando esos bordes. No demoran en servir y tampoco hemos perdido nuestros asientos. Nuestros pesos siguen tirando hacia abajo. Masticar, usar lo del gusto, olfatear. Cortar, atravesar. El espaciado es mínimo. Encuentro a mamá y mamá tiene visitas, ella acepta ser visitada y la casa está llena de dibujos; porque he de ser breve y nada cauto y son dibujos animados. No puedes creerlo. 
No quieres aceptarlo. El dibujo animado agota pronto y mamá tiene puesta la camisa más azul del mundo y yo duermo en sus carnes. No he dormido con mamá. Descanso en sus carnes. Mamá me va pensar durante unas semanas. Luego preguntará por mí. Luego querrá que le deje dinero. Luego recordará la forma en que me metía la mantequilla en la boca. En cada merienda observas mi boca abierta y la mandíbula fuerte cortando, destruyendo. Somos iguales. Tenemos los mismos tiempos y nos sobran al mismo tiempo las mismas horas y dejamos que nos las gasten. Que nos las quiten. Dejamos que nos lo hagan, objetos. Usados. Guardados en detergente.
Las manos espumosas, una mesa para cuatro y un mantel tejido. Un gran mancha y una superficie que desde la puerta se observa turbia, implacable y turbia.
Mis dedos se atragantan con cada grafema que cuelga entre el ventanal, la pajarera de la casa de junto y el hombre que ha venido a instalar el servicio telefónico. Pregunto en voz alta y con bastante intención lo primero que se me ocurre sobre las redes, y son redes que han sido levantadas en puntos tan álgidos y brumosos que es mejor no dar pedir detalles. Es de extraviarse en imágenes vaporosas, en fugacidades que hacen del día una marcha a ciegas. Sin embargo, el hombre sale al paso con una historia mínima, menos anécdota que testimonio de los tantos usuarios a los que visita.

La historia trata el tema de las redes y de cómo los técnicos de overoles han aprendido a saltar el generador de respuesta bistática.
De modo que el hombre levanta su pierna nauseabunda y culera, una que ha sido descompuesta-descompensada de nacimiento y al abrir su ordenador son astutas capas de actualizaciones las que miden el retorno y la frecuencia en ipeis. Una medida popular con la que incluso se realizan órdenes y envíos desde centros apostáticos en el extranjero. El extranjero. 
El tipo sin dejar de ocultar su renguera exclama un triunfo.
-Nos han conjugado a una red no detectada- piensa en él, lo piensa tan alto que alcanzo a verlo a través del muro de la sala.

Ilegal. Que no registra movimiento. Que acerca información como el cuerpo de un hombre empujado por la marea hacia la orilla.
-Naturalmente- el triunfo del subtrópico quiere decir dentro de su overol pero soy yo quien debe decirlo, y soy yo hablando por todos los otros usuarios de esta red fantasma.
El hombre camina como empujado por una corriente inerte. Es resuelto dentro de la habitación y también de andar incómodo, de verlo con malestar, ocurre lo mismo con su lenguaje, con su articulación, como si las palabras y específicamente ciertas sílabas fueran puntuadas dos veces.
Como si al decir información también pronunciara información...

/for/
/cion/

o depende del momento y circunstancia particular que está narrando.
o es cosa de nervios, de quien tiene delante como interlocutor.

Tras convencerlo al fin habla, no demasiado, sobre los beneficios de no pertenecer al espacio homologado y, tras plantearme en voces susurrantes que sus redes (la facilitadora) circunscriben datos (saltan el registro mínimo y la cuenta de vistas) explica que jamás han tenido un problema real, abruptas caídas, bajas en el amperaje o motoambaje de direccionamiento, que las suyas son fuentes o servidores con plantas de alimentación propias, de provisión externa al sistema distrital. 
-Una baja en el abastecimiento afectaría al edificio y al monoespacio en el que nos encontramos pero jamás dejaría pérdida de datos o subnúcleos desplazados.

Supongo, me digo, que seré un recuerdo y una evocación dentro de unas horas. Ese pensamiento me anima a exigir una red oculta. El modo de ocultar una red (por lo que veo) excede a su propia decisión y control. 
Lo observo realizando una llamada a central.
De nuevo lo observo cojear y renguear pero ahora con una mano levantado el walkie.

Llevo toda la mañana tirando oxígeno de baja concentración y gelatinizando las superficies con alcohol de grado 78. Alcohol que descompone la base reticular del sistema que cuelga del muro. 
Estoy seguro y de la piel se me escapan gases.
Por la noche los filmes y el entretenimiento prepago tendrán una coloración verdosa. Las tramas pendencieras y el espectro medido en unidades lúmpenes. 

Un listado del tropel de moral y freudismo prepago:

Unboxing Sara
Crimen&grime
Unbelivable, we staring at ¡100!
Walter Goodman 
Deshojando el otoño
Teoría de la ubicación
Wont suggested
Tres sájanas rosas
Normal: A particular past
The enchanted and furious bolt
Academia



  

1/7/18

espacio para ser llenado de manera crítica y responsable

Ríos cayendo, una lluvia, duran instantes, durante tres inhalaciones y tres exhalaciones, lluvia horizontal. Todo preparado para salir pero también cerca y va golpeando la ventana, salir por ella y abrir o caer y son hojas o carpetas y folders o es eso y es la acera.

La acera es larga y definitiva, todo desaparece, se queda detrás y a los costados, todo pero debajo la acera. Y sigue, una concavidad y un hinchazón que no respira, deja que los pasos y los pies y una que otra rueda la vayan untando de rayas o montones oscuros, pecas, se encuentra uno y dentro un muro de concreto, junto a una pared y las rocas que se han dispuesto una sobre otra, redondas o brillantes y medio que la cosa intenta dar una vuelta, medio que hace los 45° pero del otro lado de la calle continúa la acera.

Y los muchachos suben y bajan.

Un pie antes y otro pie después y aquél último baja o sube y aquello siempre después del anterior y en consecuencia. Los jóvenes y mocosos que son aquellos cuerpos que demoran el paso de los demás y las llegadas que en estos momentos giran sobre largas rieles suben un pie tras otro y cada vez que lo hacen repiten la actividad, son pasos o empujones para no olvidar. Un pie arriba un pie arriba, el mismo o último pie asentado, el que antes estuvo bajando ahora empuja doblando ligero la rodilla y más tarde irá en ángulo durante dos horas. Acera-calle, acera-calle, es de ver una línea de mocosos que no lo hacen al unísono pero es de verlos pues se retiran hacia un sitio abierto, digamos un patio.

Generalidades.- Espacio y el deber llama. La tarea no es desestimada. Abandono. La única razón y la única actividad; las cosas en su sitio y dejar lo último para después y comenzar, de una vez. De una vez. Punto. Una vez es todas y cada una… y… contrario y lo general, opuesto y a propósito, en dirección contraria a, sigue del lado de... girar porque la inercia dejará una larga sombra circular.

El redondel.- punto y raya y doblar o borrar y darle forma concéntrica. De lejos se ven los fulgores y cada vez más lejos o la habitación a dos pasos y cierra la compuerta y sin prisa el cuerpo y es a través, otro cuerpo y las extremidades, pies en aquel fulgor, todo es una vuelta o son giros, resplandores circulares como en las fiestas sólo que bajo el sol o a mitad del día. Dan ganas de no perder fuerzas y los ojos son órbitas y el poder y la inercia y la atracción los mantiene uno tras otro o haciendo formas.

El techo.- entran y no ponen candado los muy hijos de una de las tardes, uno de los autobuses y los muy hijos y cada vara queda dentro del cartucho y van atadas con cordón. Cierren que se mete el chiflón gritan desde abajo, cierren resuena hasta que la respuesta es un portazo, la mano y una espalda yéndose hasta el muro, hasta su terca e inútil y absoluta desaparición.

El ruido de un muro tragando y algo así como ¡flup! ¡flup!

2/4/16

El sonido y morder la mano

El mendigo es mi amigo. Mi amigo se llena, al mirar me he quedado sin hígado.

El mendigo tiene tiempo que puede usar como repuestos, con aquello construye y todo es una flor de otras posibilidades.

El amigo mira un tren y son doce vagones dentro, en el borde de sus ojos. Al pasar, una línea muy precisa sigue y se mantiene delante, la estela se toma su propio tiempo antes de empezar a desaparecer. El amigo avanza de costado, se desplaza apenas y sus rodillas avanzan rectas.

El amigo escucha y el mendigo habla del amigo. Las palabras graves y huecas golpean el primer objeto cercano. El objeto a veces no soporta la hinchazón, hay objetos o volúmenes tirados en el suelo.

Al estar uno dentro de otro nada es real, y nada tienen que decir el uno sobre el otro, sucede que ambos intentan levantar los brazos, abrir o cerrar las manos, quieren encender una bombilla y les cuesta tanto ponerse de acuerdo. 

Turnos    

El mendigo escucha como un amigo, el amigo está dentro del mendigo, suena fuerte y son palabras que ocupan, son los restos del amigo.

El amigo es un sonido y el sonido se repite, cada vez con fuerzas distintas y cada vez con duraciones nuevas, que parecen no tener un inicio.

El amigo, el mendigo, no estoy seguro si giro a un lado o quizá debo seguir sobre la línea suave y entrecortada, nada de doblar, todo en esa dirección.

Es todo, es un sitio y un sitio lleno de puertas y ventanas.

Cristal.    

Escucho a Fugazi. El mendigo es mi amigo; guardo todo el tiempo y estoy seguro, estoy bastante seguro y a salvo y escucho a Fugazi.

Estoy seguro y escucho que debo guardar el tiempo; mi amigo toma un tren camino a casa y eso exige poco, más bien lo escucho acercarse, sí, estoy seguro, lo escucho y hace el ruido de quien está en camino.

Sí, estoy seguro de que escucho al mendigo conducir el tren. El tren hace sólo unas cinco o seis paradas y acaso hoy es lunes. Hoy es lunes y escucho que el tren se acerca, y mi amigo espera de pie.

Mi amigo es el mendigo que conduce el tren que escucho cada lunes. El tren me advierte, el tren está a sólo doce paradas y ya lo escucho advertirnos que hoy es lunes. Mi amigo me observa pero yo estoy en casa y en casa hay una sala y una cocina y dos baños pero no veo el tren ni a mi amigo ni al tren que conduce mi amigo o un mendigo.

No estoy seguro pero ¿el tren es mi amigo?

Espero debajo de una gran sombrilla y cada tanto la coloco sobre mis colegas y camaradas y el sol brillante sigue del otro lado. Cada tanto los empujo y ellos siguen junto porque estamos esperando nos recojan. Mis colegas conocen sus nombres y a veces me llaman del modo en que ellos una vez se llamaron.

Que una vez fueron Marco, que otra vez los llamaron Aníbal; Gloria, Mario, Mariobergolio, Marco, Bronce. Escucho que ellos discuten y me siento a salvo, me pongo incluso rosado y ellos se animan a recordar otras cosas.

Los mendigos rodean a Marco y a Bronce y los hacen dar brincos sobre sí, como tardan en darlos, los mendigos dan saltos para que ellos los repitan. Espero debajo de una gran sombrilla y pasan varios autos sin detenerse y sin usar los frenos.

Estoy seguro pero es un tractor, y el tractor arranca un gran fragmento, la tierra cae negra y rota y mis colegas señalan la poca sorpresa que eso les causa.

La tierra negra y húmeda cuelga de nuestras raíces y el conductor del tren nos la señala con el dedo, su dedo es largo y pesado y nos oprime contra los respaldares. Una cría nos quita las monedas tras advertirnos que así será durante el siguiente año.

Escucho el tremor tras el paso de la pala mecánica y cada ventana parece desnivelarse; el mendigo mira e interior del pasillo y nadie conduce el tren. Estoy seguro de que algo extraño e inexplicable y quizá religioso debe ocurrir.

Estoy seguro de cosas que no puedo ver.
Estoy seguro del porvenir y de días o rumores que deberé pronunciar o tolerar.

Escucho fugazi y el mendigo canta algo sobre la medicina roja dentro las cajas rojas de medicina.  

Mi amigo me lleva a un lugar a un lado de las vías. Mi amigo no ha cambiado, lleva la misma camisa y sus dedos se aferran a los hombros, siento algo similar a una fuerza o culpa. Al llegar buscamos cómo sentarnos y sin decir nada dejamos que los vagones avancen. Misteriosamente suena una campana y todo indica hacia las 17 horas.

Tengo ganas de conducir algo que pueda caer o rodar en un barranco. Del otro lado del muro hay una fila de árboles que desaparecen sobre la colina. Es una fila perfecta y recta y cada árbol sembrado a la misma distancia. Del otro lado las vías del tren se internan en la ciudad. Son las 17 horas.

Tengo ganas de conducir y de otro par de cosas pero nada es claro. Han pasado mil años y pasarán decenas y grupos o conjuntos y quizá perderé la piel y crujirá la mandíbula cuando mastique. Han pasado tantos días que ahora debo buscar una nueva agenda. 

Cada vez que inhalo siento la garganta cubierta de mercurio. La saliva es tibia pero tiene formas o esquinas, el paladar está abierto en varios tramos.

Supongo que estoy cerca de perder la luz o iluminación y será como si terminara la tarde en un pestañeo. Mi cabeza caerá dejando una gran línea de caracteres repetidos, los caracteres se repetiran hasta que el documento se extienda durante cinco mil hojas.

Es una posibilidad y pronto recibo un correo. Dejo que pasen varios días y con una ansiedad desconocida me encuentro debajo de un gran árbol y a la sombra de los ruidos; son autobuses y son carpinteros quemando madera y dando pulso a los objetos que giran. Al tomar asiento dejo que los dedos se escapen y casi que trepan por los sillones y uno sólo puede hacer un gran puño y golpear a la primera pelusa que corre sobre la superficie. Se escucha un paff! y las pequeñas patas se retuercen y quizá un breve aroma se cola desde el frío y gris jardín. 

Aquello de tirar la puerta se ha vuelto una costumbre. Una cosa es empujar y otra es dejar que algo lleno de cristales vibre y se sacuda contra el marco. Para tirar la puerta uno apenas debe levantarse y apenas son breves metros y el clima se cola y el día está fuera, en el jardín, en las aceras y debajo de los neumáticos y debe quedarse allí. Son breves metros y uno deja las cosas y el día fuera y la puerta de cristal hace brum! agitándose contra su propio y rectangular marco.

Uno de estos días espero ver su rostro pero su rostro rosado y un tanto aceitoso y quiero apretar los forúnculos que tras doce años siguen redondos y llenando las mejillas. Oprimiría como si de un panel se tratara y al mismo tiempo y sin dejar de entrar por sus negros ojos diría, soltaría una de esa frases que tan bien le hacen a esos momentos, que tan bien llenas los agujeros de nuestros, de los días de los hombres. Su rostro sigue siendo el de una víctima de una esas historias que pasaban por el cine y la tevé, una suerte de mueca detenida para siempre, uan suerte de pregunta hecha que sigue en la espera de respuesta.

Su rostro estuvo entre mis manos y pegada a mis redondas mandíbulas un par de veces y recuerdo que solía agradecérmelo y solía decir que fue lo mejor, más bien, lo unico que no podía no hacer. Debí, estoy seguro de haber dado, de haber sido tan poco, casi como si de respirar, casi como ir hacia el kiosko y pedir que me vendieran cualquier cosa; días de niños llenos de dulce en los bolsillos y días de no saber hacia dónde ir, en las habitaciones de quién terminar; recuerdo sus ojos dentro de esos huesos y bajo la frente amplia y rosada mirando hacia todas las direcciones, pidiendo, exigiendo, taladrando un sitio porque su radio pedía, su magnetismo era múltiple. Un día junto, una hora de un lado, semanas de ausencia, horas de horror o quizá sólo, más bien su autosecuestro.

Si era su captor, debió ser su libertad.

Una vida rosa dentro de un cuerpo rosa respirando oxígeno rosa y oxidando, dejando que las costras y la caída fuese la pérdida, un globo sin aliento.

Aliento rosa que chupa, que toma por dentro.

Las cosas están hechas de un ruido y ese es el pulso, de lejos llegan los pies de un hombre arrastrándose, es la carne que se niega a continuar. La ignición deja y hace visibles los nombres de las cosas y uno no quiere ser nada ni quiere saber, cosas, exlamación !qué cosas! Cientos de breves lujos, brillantes o redondas perlas masticándose, vuelan astillas como si de una carpintería se tratara y vuelan los cristales que caen sobre el parabrisas; deben ser las 17 horas y ese es el punto final de una jornada llena de sudor. Al llegar a casa tomarán la cesta del pan y colocarán bollos dentro de un jarro pesado con café. Para iniciar el giro y la combustión el motor necesita que la llave se dirija hacia la derecha.